viernes, 19 de febrero de 2016

África




Decías que mentía como convicción a
tus propias huidas.
Y yo creo que,
justamente, tuviste la
suerte de encontrarme.

Clara, para ti y para todos tus
vicios.
Sincera en todas las ramas, 
en todos los capítulos. 
Rompedora en toda perspectiva 
de tus ideales de mujer. 

Sin contraportadas, sin caras ocultas
sin pintas y con blancas.

Quiero que sepas,
que yo no era un lince, 
ni un depredador del África oscura.
No.
Tú me encontraste bailando entre
los otoños allá cual niña que juega entre las hojas caducas.
Viniste a matar los suspiros que me seguían del pasado,
y a peinarme con flores amarillas las noches de luna nueva.

Conociste el interior más que el exterior de mi casa sin tejado.
A leerme entrelineas con enfados y bienvenidas.

Pero tu error fue, que ninguna niña del patio,
supo contarte tantas verdades como panes en casas de ricos.
No hubo ases en la manga ni pájaros en jaulas.

Tú, con tu sombrero de copa y gabardina baja
perdías el tiempo y los relojes por el camino. 
Te perdías entre diarios y malas cuentas ensayadas
con las que salir ganando.
Borratajos desesperados donde la locura te comía la calma.

Y ahora, cuando tiras las copas de vino tinto al suelo,
despellejas las rosas,
rompes tus letras.
Te vas.

Porque si.
Porque lo más sano es coger todos esos cristales,
manchados de tinto e ira y marcharte.
Roto e incompleto. 
Curiosa y mentirosamente
vacío.



C.T

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