viernes, 15 de octubre de 2010

ELLA.

Luz, más luz, oigo suspiros, felicitaciones, siento manos, escucho palabras, y de repente, siento un cuerpo cálido y cansado, agotado por ese esfuerzo, y oigo su voz, sí esa voz me suena, la llevaba oyendo nueve meses, pero ahora la oía con más claridad. Mamá pensé, sí es ella, por fin toco su piel suave.
Cuando pude abrir los ojos. Sí ella. No me la imaginaba así, es más de lo que pude pensar y soñar. Su tez clara, ojos oscuros, sus cálidas manos sujetándome y sobre todo cuando la miraba, siempre su sonrisa. Felicidad. El hecho de mi existencia la daba la vida.
Una de mis primeras reacciones de aprendizaje, fueron aquellos sentimientos que me demostraba cada segundo de mi vida. El que más podría sentir. El que todos conocemos. Amor. Amor de madre, de una madre primeriza.
Ella. Ansiada por ver mi futuro, mi presente, por escuchar mis primeras palabras, por ver mis primeras sonrisas, por demostrarla que gracias a ella estoy aquí, por darme un hogar.
Sí ese hogar, esa habitación decorada con la mayor delicadeza, con su pared pintada, un tono claro, un rosa palo, una ventana y sobre todo, aquel cuadro cosido a punto de cruz por ella. Se podía ver una letra grande, con tonos rosas oscuros y más claros, acompañados con ese rosa de la pared. Una “C” Había cosida en ese cuadro, una ”C” que pone pié a mi nombre, un nombre elegido por ella, por él; mi padre. Ambos lo escogieron, ambos quisieron darme ese nombre, un nombre que cuando lo dijeran se sintiesen orgullosos, un nombre que cuando lo nombrasen pudiese contestar por él.
En mi habitación había un cuco, donde me encontraba todo el tiempo que no fuese estar en sus brazos, y que cuando me acurrucaba en él, me ponían esa melodía, esa nana que en poco tiempo se me hizo familiar, al igual que esa mantita que todos hemos tenido alguna vez, que cuando te acercas a ella, te la llevas a la cara, cierras los ojos, vuelves al pasado y la respiras, la agarras con fuerza hacia a ti y sientes el olor de tu niñez y en unos instantes la añoras, a veces te entran ganas de vivir en aquel pasado y olvidarte de cualquier tipo de preocupación, y solo sentir sus caricias y besos, sus agotamientos por las noches, ver sus ojeras en su rostro, pero sus sonrisas al cogerte con ese sumo cuidado, con esa delicadeza para no hacerte daño, para no despertarte y poder seguir soñando.
Recordar sus paseos en el carricoche, paseando por las calles de tu pequeña ciudad, el ambiente cálido del verano, y sobre todo, ella. Ella orgullosa, ella preocupada por no tener que tropezar, ella mirándome como dormía, ella sentada en el banco de algún parque, mirando a los curiosos acercándose para verme y decir :
-¿Cómo se llama?, -¿Cuánto tiempo tiene?, Felicidades, - Es una niña hermosa,
-¡Qué grande está! , o -¡Qué pequeñina es!
Y ella dando las respuestas para una vez que se vayan, a algunos se les olvide y otros, llamen a sus familiares y les cuenten como ha sido ese encuentro.
Aquellas tardes en casa, una casa nueva, con nuevos integrantes, yo.
Aquellas tarde en la que se pasaban horas y horas enseñándome a hablar, a dar mis primeros pasos, a congelar imágenes con esa cámara nueva que compraron, esos álbumes sin completar, esa cámara de video donde se ven imágenes en movimiento de mis primeras vacaciones en la playa, de los castillos de arena que construía mi padre para impresionarme y luego destrozarlos así para hacerme reír, los hoyos profundos en los que me metían y él y ella me enterraban las piernas y no poder salir, las primeras navidades, ése árbol colocado en el hall, con sus bolas y adornos navideños, los muñecos de Papá Noel que cogía y los tiraba al suelo sin un por qué… El Belén de Navidad con los Reyes Magos, los pastorcillos… Los primeros regalos, los primeros muñecos de nieve con su zanahoria como nariz, piedras como ojos, las pequeñas ramas de los árboles secos como brazos, las primeras lágrimas, los primeros enfados, los primeros dientes…
Todo ello hasta ahora. Con esos recuerdos, una base. Con aquellas experiencias un edificio, y ahora es un rascacielos que se convertirá en uno de los más grandes, hasta tocar el cielo y las estrellas, conteniendo en él todos los momentos que crea tu mente y se quedan para siempre, donde nunca se perderán, aunque algún día conmigo ellos se irán, aunque un día tenga que decir adiós, aunque un día extrañes todo, aunque un día vivas menos de lo vivido y cuando un día tengas miedo, dirás:
-Mamá, aunque ahora sea grande, tenga el mayor rascacielos construido, aunque me hayas enseñado lo enseñable, quiero estar contigo, volver a ver esa luz, oír esas felicitaciones, sentir esas manos, escuchar esas palabras, sentir tu cuerpo cálido, agotado y oír tu voz y volver a decir:
Sí, es ella, es mi madre, es mi Mamá.


Claudia Tubilla

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